"Unas polillas", de Pedro Lipcovich

Ficha técnica
- Título:
Unas polillas
- Autor/a:
Pedro Lipcovich
- N° de páginas:
142
- Editorial:
Cuenco de plata
- Año:
2009

Unas polillas reúne una serie de  cuentos en los que se experimenta con cuestiones distintas, ya sea desde el punto de vista de la narración hasta la construcción de las distintos argumentos que caracterizan a cada uno de los relatos. 
En la mayoría de los libros de cuentos, o por lo menos teniendo en cuenta los que estuve leyendo últimamente, siempre hay un hilo conductor que los va uniendo, y que permite afirmar que la selección de esos determinados textos no es arbitraria. Es decir, todos tienen algo en común, algo que alienta a que esa combinación pueda surtir efecto. En el caso del libro de Lipcovich lo que permite que estos cuentos puedan ser efectivamente reunidos es que comparten esta concepción de tener una determinada lógica interna, que muy probablemente nada tenga que ver con nuestra lógica. 
En “redaliz”, el primer cuento del libro, dos gemelos se encargan de inventar palabras para sus amos. Así es como surge la palabra “redaliz”. En este texto es interesante destacar el valor que el autor le da a la palabra como herramienta. Lipcovich utiliza el recurso del lenguaje no solo como parte constituyente de la estética literaria, si se quiere, sino que en esta historia el lenguaje es una parte fundamental y esencial de la construcción de la trama. Es decir, en redaliz la historia es el lenguaje. Presenciamos el relato de dos protagonistas (¿son dos?, ¿es un solo?; son preguntas que pueden surgir durante el proceso de lectura)  que se dedican justamente a inventar palabras y con eso hacen un trabajo directo sobre el lenguaje. No solo lo utilizan para vivir, porque podríamos decir que es casi como su empleo, sino que lo construyen, lo transforman, lo modifican. Se lo apropian, le imprimen algo suyo, algo que les pertenece. Esa imagen tiene mucho poder, y Lipcovich hace de un concepto casi filosófico una historia que no solamente es interesante desde ese punto de vista, sino que también es muy entretenida y genera que el lector quiera seguir leyendo todo el tiempo. 
Particularmente, tanto “redaliz como “El castigo” me parecieron los mejores relatos del libro. Los restantes a su vez fueron muy buenos textos, pero considero que en estos dos que menciono la esencia de lo que caracteriza a este libro se ve de mejor manera. En “El castigo” es interesante cómo Lipcovich trabaja sobre estas cuestiones de la lógica interna a la que hacía alusión en el segundo párrafo. En este relato nunca terminamos de saber bien qué está pasando. El mismo arranca con el protagonista, un chico de nombre Diego, que sabe que está castigado. Sus padres parecen ignorarlo; no le hablan, no lo miran y ni siquiera le dejaron un plato de comida para la cena. A medida que el relato avanza algunas cuestiones se van esclareciendo. A su vez, la incertidumbre, la duda, es un elemento que está siempre presente dentro de estos relatos. Es interesante analizar cómo esa duda aparece en ciertos puntos de los relatos. Es decir, durante la mayor parte del tiempo, Lipcovich es capaz de transmitir tan bien esa ambientación que caracteriza a los cuentos (una atmósfera misteriosa, de la cual poco podemos conocer abiertamente) que es como si nosotros fuéramos parte de ella, como si fueran los lectores los que inventan las palabras para el amo o están castigados por algo que no se sabe bien qué es. En esos momentos, la duda no tiende a aparecer porque los lectores estamos evidentemente enfrascados en esa realidad; no nos parece raro porque estamos dentro de ella, la tenemos tan cerca que nos resulta normal. Es en otros momentos (quizás cuando uno termina un relato o también cuando ha concluido con todo el libro) en los que uno se plantea la naturaleza de lo que está o estuvo leyendo. Pero lo interesante de esto es que uno no lo piensa, o por lo menos es lo que me pasó a mí, en clave “¿podría o no podría pasar?” o mejor, “¿me lo creo o no me lo creo?”, sino más bien con una cierta admiración hacia el autor por haber elaborado historias tan complejas en un punto y tan llevaderas en el otro. Son historias en donde uno parece ser uno más. Esto es claramente complejo de lograr a la hora de escribir, pero también es una cuestión que tiene que ver con el vínculo que se genera entre el lector y el texto. Probablemente, lectores que estén más acostumbrados a otro tipo de lecturas, quizás de un corte más realista, si se quiere, o de historias que no se alejen tanto de lo cotidiano pueden sentirse  un tanto “repelidos” por lo que se cuenta en Unas polillas. Porque más allá de que pueda parecer fácil adentrarse en la realidad que plantea el autor, por su propia capacidad narrativa, también es cierto que su propuesta es radicalmente distinta, poco convencional. Quizás, en última instancia, también sea ese el valor que tienen estos cuentos. 
Otro tema a destacar dentro de este libro es la parte fragmentaria que aparece en algunos de los relatos. Esto se ve más claramente en “redaliz” y en “La Gris”. En el primero la historia está dividida en “entregas”, en las que se van relatando diferentes cuestiones que tienen que ver con el día a día de los gemelos, así como también los procedimientos que realizan para inventar las palabras para los españoles, que vendrían a ser los amos. Estas entregas forman lo que parece ser algo así como un informe, y también es posible ver que en algunas de ellas se hacen comentarios sobre las entregas anteriores. Este recurso resulta muy ingenioso, y al estar narrado en primera persona el relato se hace aún más próximo a la cotidianeidad de los gemelos. En este cuento en particularidad el narrador es definitivamente un caso aparte. No es como cualquier narrador en primera persona que podría aparecer en algún otro libro. En este caso, ya desde el inicio vemos que su narración es bastante singular: “Somos una pareja de gemelos, somos especiales”. 
No solo ellos son especiales, sino que la forma en que la historia está relatada también lo es. Por ejemplo, durante el resto del cuento hay ocasiones en las que el narrador parece, por un lado, omnisciente, aquel que puede ver todo desde una perspectiva si se quiere objetiva, y por otro lado, el que narra podría ser tranquilamente uno (o el otro, en su defecto) de los dos gemelos. En una parte del relato dice: “El otro de nosotros lo tranquilizó”. En esa oración, lo que parece hacer ruido es el uso de “El otro”: ¿el otro de quién? ¿De nosotros? ¿De uno mismo? Como los nombres de los gemelos nunca son revelados, o hasta quizás no tienen, nunca podemos saber cuál es el que protagoniza la acción. Entonces se plantea una línea un tanto difusa en la construcción de los personajes, pero que no tiene que ver con un mal desarrollo de los mismos; por el contrario, una de las cuestiones esenciales de ello es que esa línea sea efectivamente difusa, que no sea posible dilucidarla por completo. Ahí está la parte en la que la duda florece; no se sabe bien si estamos ante una sola persona o si son dos en realidad. En ese sentido, Lipcovich hace un trabajo interesante no solamente desde la originalidad del argumento que plantea, sino también en la forma, cuya herramienta principal es el lenguaje, en que decide contarnos lo que va sucediendo. 
En “La Gris” también se puede apreciar esta cuestión fragmentaria a la hora de narrar la historia, pero desde otro punto de vista. Si en “redaliz” esto tenía que ver con el tema de las “entregas”, y si queremos, también con la construcción de los protagonistas (o del protagonista en forma singular si optamos por pensar en que no son dos sino uno) en “La Gris” la narración dividida en partes se relaciona más que nada con el desarrollo de la trama, y de la descripción del lugar en el que se sucede el relato. Si bien este gira siempre en torno a La Gris, hay bastantes hilos conductores que responden a los distintos personajes que van apareciendo. En ese sentido, la fragmentación en la historia (que además se ve ayudada por la cortísima extensión de los “capítulos”) tiene más que ver con la gran cantidad de cosas que hay por contar sobre La Gris. Y hasta a veces puede ocurrir que lo que leamos en cada uno de estos fragmentos no tenga correlación con lo que leímos unas páginas antes. Esto, de alguna manera, también tiene relación con lo fragmentario que caracteriza a esta historia, y también permite que el lector vaya teniendo un rol importante a la hora de poner en su lugar, para así entender mejor, las cosas que van pasando. 
Los cuentos de Unas polillas lindan siempre lo extraño, lo “no convencional” (tanto en términos de escritura como también de argumento), pero no desde un lugar en el que pensemos si lo que está ocurriendo “podría pasar o no”. Lipcovich construye tan bien las reglas internas de cada uno de los relatos que el lector se adentra en ellos sin hacerse ese tipo de preguntas, disfrutando de la capacidad del autor para presentar mundos completamente originales.  

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