Ficha técnica
- Título: Siempre hemos vivido en el castillo
- Autor/a: Shirley Jackson
- N° de páginas: 208
- Editorial: Minúscula
- Año: 2017 (1962)
Mary Katherine vive junto a su hermana mayor Constance, su tío Julian y
su gato Jonas en una casona alejada del pueblo. Los pueblerinos los odian, y sus
días transcurren normalmente, siendo los quehaceres domésticos su máxima preocupación.
Pero hay algo más: hace seis años, en el comedor, algo sucedió. Y ese algo
sigue teniendo sus consecuencias en el presente.
Puntuación final
- Título: Siempre hemos vivido en el castillo
- Autor/a: Shirley Jackson
- N° de páginas: 208
- Editorial: Minúscula
- Año: 2017 (1962)

Siempre hemos vivido en el castillo no es una historia de terror. O
mejor dicho, sí lo es, pero no es de ese terror clásico en el que se encuentran
cosas como fantasmas, monstruos o seres sobrenaturales. En esta novela, el
terror se presenta pura y exclusivamente de la mano de la humanidad de los
personajes. El libro de Shirley Jackson es de terror porque lo protagonizan personajes sombríos, oscuros, a veces
hasta un poco perversos. Ahí es donde recae lo mejor del texto; la forma en que
la autora es capaz de crear esa ambientación y, además, cómo logra que los
lectores se adentren en ella.
Durante toda la novela se genera
en el lector una sensación extraña, que no es fácil de explicar. Continuamente
uno pasa de la sorpresa a la ternura, de la conmoción a la inquietud. Porque en
realidad, lo que produce la historia es esa inquietud permanente, esa sensación
de no saber por qué pero estar seguros de que la novela perturba, de algún modo.
Siempre hemos vivido en el castillo es
un texto que se articula a partir de temáticas no demasiado sorprendentes, como
lo es el tema de la cotidianeidad de los protagonistas. Sin embargo, y como era
de esperarse, la novela no se estanca en esa cuestión, sino que incluye otros
factores (como eso que pasó hace seis años atrás) que le dan otra esencia a la
historia, la hacen más entretenida y aún más interesante.
En ningún momento de este libro
el terror se muestra de forma explícita. Por el contrario, el mismo se presenta
de forma un tanto implícita,
solapada, oculta. En ese sentido, la autora nos demuestra toda su capacidad
narrativa. Jackson tiene la habilidad de, por un lado, no mostrarnos nada, pero
al mismo tiempo, mostrarnos todo. Porque para los personajes que componen esta
novela, el terror no radica en seres sobrenaturales que se esconden debajo de
la cama y nos tocan los pies por las noches, sino en su mentalidad. Estos
monstruos no están en la realidad,
como sí lo estarían, por ejemeplo, en una novela fantástica: es la psicología de los personajes la que va creando esos monstruos: son los
monstruos del terror, de la perversión, de la sangre fría, de los
no-escrúpulos. Lo interesante de esta cuestión es que durante todo el texto uno
puede cambiar de opinión sobre los protagonistas o, mejor dicho, experimentar
distintas sensaciones en relación a la manera en que se vinculan con el mundo.
Uno de los factores que también
ayuda muchísimo al gran valor que tiene esta novela es la narración. La misma
está a cargo de Merricat, esa joven que pensamos que por momentos es una niña
pero que luego recordamos que tiene dieciocho años. Con su relato, Merricat nos
permite adentrarnos en su vida perturbada, en su claustrofobia diaria. Muchas
veces la caracterizan actitudes infantiles, mientras que otras tantas son
difíciles de creer en comparación con estas últimas. Casi podríamos decir que
tiene dos personalidades. O en realidad, haciendo un análisis desde otro punto
de vista, podríamos pensar que no es que Merricat tenga efectivamente dos
caras. Ella tiene una cara que
combina esas dos caras: es todo eso.
Es la ingenuidad y la perversión, lo cruel y lo naif. Todo esto junto hace de ella un personaje
complejísimo, pero a la vez sumamente interesante, que puede, al mismo tiempo, atraer
y repeler. En ese sentido, Jackson hizo un trabajo inmejorable. La construcción
psicológica de Merricat es impresionante, y no solo de ella, sino también de
los demás personajes. Pero claro está que ella es la protagonista, la que
cuenta la historia, la médium entre
la realidad de la novela y nosotros y, por ende, es la que más se destaca.
La novela no tiene, en ningún
momento, aires de misterio o de policial. La cuestión del envenenamiento de los
parientes de las hermanas se presenta casi como una cuestión más.
Probablemente, sea una cosa del lector esto de estar buscando quién fue el responsable,
quiénes fueron la/las víctimas, etc. Luego de terminar la novela y dejar pasar
un tiempo para pensar más en frío, uno puede darse cuenta de que el tema de ese
crimen pasado es algo que forma parte constantemente de lo cotidiano en esta
novela. Es decir, a medida que la historia va avanzando, el lector se va
adentrando en ese mundo que nos plantea la autora y ya no se horroriza (tanto).
O quizás sí, y entonces empieza a considerar este hecho como algo esencial de
la construcción de los personajes. Otra cuestión interesante de la novela es
que sigue funcionando a pesar de que
la resolución del “misterio” sea de alguna manera previsible. Cuando terminé de
leer el libro y empecé a pensar sobre lo ocurrido, no me resultó “extraño”, por
así decirlo, que haya sucedido tal o cual cosa. Pero esto no lo tomo como un
punto flojo de la novela; por el
contrario, considero que la esencia de la misma no está en la parte de misterio
o si se quiere policial. Lo más importante de esta gran historia es la forma en
que la autora la narra, la capacidad que tiene para generar, partiendo de algo
bastante cotidiano, mundano, aparentemente sin mucho que ofrecer, ese tipo de
ambientaciones opresivas, turbulentas, y en muchas ocasiones crueles y
perversas.
Jackson narra de forma bastante
sencilla, pero al mismo tiempo tiene un estilo muy cuidado y sutil. Sabe
perfectamente cuándo y cómo intercalar momentos de tensión con otros en los que
predominen otras cuestiones, ligadas más a lo rutinario. Es de esta manera que
logra hilvanar un relato muy entretenido, en el que el ritmo narrativo se
mantiene sin caer en baches aburridos. Desde el inicio, la autora ya va
generando un clímax sombrío, un tanto tenebroso. Pero no es hasta el final que
uno se da realmente cuenta de qué es lo que ha ocurrido realmente. Esta
afirmación puede parecer obvia, porque en sí siempre que leemos un libro
terminamos de entender la totalidad del mismo cuando este culmina, pero a lo
que me refiero es que la verdadera
naturaleza de los personajes y del relato se termina de entender en cuando
llegamos al desenlace y repasamos un poco lo que hemos leído. Pienso que
mientras estamos recorriendo la propuesta narrativa de la autora estamos tan
metidos en ella y en las mentalidades de los protagonistas que ya somos uno/una
más en ese mundo. Y claro, nadie en su cotidianeidad se pone a reparar
específicamente qué es lo que está haciendo, por qué o cómo. Justamente por eso
es rutina, porque es algo del orden de lo mecánico, algo que muchas veces
hacemos sin entender bien el porqué. Por eso, el momento en que terminamos el
libro (que es el momento en que dejamos de estar metidos en esa realidad,
aunque sea un poco) es aquel que nos
permite “reflexionar”, si se quiere, en lo que veníamos leyendo, y ahora que
uno está algo más “afuera”, puede mirar más objetivamente y pensar mejor en
lo que ha experimentado. Es como si el proceso de estar leyendo esta novela nos hubiera estado inmunizando, y apenas salimos de ese
mundo entendemos bien qué es lo que hemos leído.
Siempre hemos vivido en el
castillo es una novela intensa, que uno termina de apreciar bien, por lo
menos desde mi punto de vista, cuando llega el final y empieza a repensarla. Es una
historia en apariencia sencilla, pero que encierra mucha profundidad
psicológica. Esta no es una novela de terror, pero tampoco deja de serlo. Eso
que hemos leído es un monstruo, una criatura que se fue formando sin que nos
demos cuenta porque de tan cerca que estábamos no lo notamos, y terminó
resultando una lectura exquisita, quizás con un poco de sabor a arsénico, pero
exquisita al fin.
9/10
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