"La ciudad y la ciudad", de China Miéville

Ficha técnica
- Título:
La ciudad y la ciudad
- Autor/a:
China Miéville
- N° de páginas:
320
- Editorial:
La factoría de ideas
- Año:
2012 (publicación original: 2009)

Una mujer es hallada muerta en la ciudad de Beszel. El inspector Tyador Borlú, de la Brigada de Crímenes Violentos será el encargado de llevar a cabo la resolución del caso, que con el correr de la investigación se irá poniendo cada vez más y más complejo. 
La ciudad y la ciudad no es mi primera experiencia con la obra de Miéville. Hace poco leí El azogue, una de sus primeras novelas publicadas y, si bien me había parecido una historia interesantísima y con mucho potencial, al mismo tiempo me resultó justamente eso: una idea muy potente desde un principio, que tranquilamente podría haber tenido un mayor desarrollo en cuanto a trama si esta hubiera constado de más páginas. Habiendo leído La ciudad y la ciudad, ahora puedo, sin temor a equivocarme, afirmar que China Miéville es un autor que tiene un estilo muy propio, además de unas ideas completamente innovadoras y que sobresalen de manera muy evidente dentro de lo que es la literatura fantástica o, en su defecto, de ciencia ficción.
Esta novela parte de una premisa que ya de por sí es muy atrapante. Probablemente uno de los mayores puntos a favor (entre muchos otros) que tiene La ciudad y la ciudad es su capacidad para atraer al lector desde el inicio mismo de la historia. Miéville plantea un mundo en el que dos ciudades, Beszel y Ul Qoma, comparten un mismo espacio geográfico, pero al mismo tiempo, cualquier interacción entre ellas (denominada brecha) es absolutamente ilegal y es, a su vez, controlada por la Brecha. La Brecha es una especie de fuerza de control que se encarga de que tanto los beszelíes como los ulqomanos respeten las fronteras que corresponden a sus respectivas ciudades. Es por eso que desde el inicio de sus vidas a los habitantes de estas dos urbes se les enseña a desver y desentir cualquier cosa que tenga que ver con la ciudad vecina. Imaginemos: uno va caminando por una calle que es tanto beszelí como ulqomana y si otro ciudadano viene caminando en sentido contrario nos vemos obligados a desverlo, eliminarlo de nuestra mente. De lo contrario, estaríamos cometiendo una brecha y la Brecha no tardaría ni un segundo en encontrarnos y desaparecernos. 
En ese contexto se encuentra nuestro protagonista, el policía Tyador Borlú. Una chica es encontrada muerte en Beszel y, a medida que la investigación avanza Borlú deberá trasladarse a Ul Qoma para averiguar más cosas importantes para la resolución del caso. Allí se encontrará con el policía ulqomano Qussim Dhatt. Los detectives se encontrarán con cuestiones que claramente no se esperaban, que hacen de este caso uno aún más difícil de lo que ya es. A todo esto Miéville le agrega la infaltable cuestión política: por un lado están los nacionalistas que odian y quieren hacer desaparecer a la otra ciudad y, por el otro, también se encuentran aquellos unionistas que sueñan con fusionar las dos urbes. 
Sin lugar a dudas, la conformación del mundo que hace Miéville es sencillamente brillante. Su construcción no tienen ningún punto flojo, y cada una de las cuestiones que plantea el autor tiene no solo su explicación, de alguna forma, en las palabras de la propia narración, sino que también uno es capaz de reconocerlas en las cosas que van pasando en el desarrollo de la trama. Es decir, no es suficiente con que en contadas ocasiones (hay que decirlo, tampoco son tantas) Borlú (el narrador) nos cuente algunas cuestiones importantes en cuanto a la naturaleza del universo propuesto por Miéville, sino que son las propias acciones de los personajes las que sacan a relucir esas reglas internas. Es por eso que, en un principio, entender de lleno lo que está ocurriendo no es una tarea sencilla. En especial, cuando aparecen por primera vez los conceptos que como el de la brecha o el de la Brecha, como también este tema de las dos ciudades superpuestas ubicadas en una misma región geográfica. La idea que rige el relato en su totalidad es tan original, tan innovadora y tan distinta a cualquier otra cosa que yo personalmente haya leído que es inevitable que la “adaptación” a lo que propone el autor fue en un principio algo que llevó un poco de trabajo, por así decirlo. Pero al mismo tiempo, Miéville tiene la capacidad de generar intriga en el lector, por lo que esa sorpresa, ese “no entender” que prevalece durante las primeras páginas de la novela no desalienta, de ninguna manera, el proceso de lectura. Por el contrario, esa sorpresa inicial, eso que no entendemos nos impulsa a seguir leyendo, para efectivamente llegar a comprender eso que el autor nos está queriendo decir; y es inigualable ese sentimiento de satisfacción a la hora de finalmente comprender lo que estamos leyendo: entrar de lleno en ese mundo, empezar a entender esas normas, sentirnos parte de él. 
Un punto interesante que tiene que ver con esta cuestión es que, más allá de que las reglas planteadas por Miéville están muy bien solventadas, más que nada en acción que en un mero decir/explicar/describir, el desarrollo mismo de la trama posibilita la multiplicidad de interpretaciones. Hay algunos temas en la construcción del mundo de La ciudad y la ciudad que no están completamente puestos en escena; por ejemplo, en ningún momento está demasiado claro cómo es que se generaron estas dos ciudades, o por qué existe el afán de los beszelíes por diferenciarse de los ulqomanos, y viceversa. Pero es interesante pensar esto en el sentido de que quizás, lo que responda a estos interrogantes no tiene que ver estrictamente con lo relacionado a la trama de la novela. En una entrevista dada al círculo de lectores de Random House Miéville manifiesta que pensó a La ciudad y la ciudad principalmente como una novela policial y que, inevitablemente, en ella también habitan elementos fantásticos porque, por supuesto, ese es el tipo de literatura a la que él se dedica. 
En ese sentido, Miéville logra un cruce entre géneros que de ninguna manera genera una eventual confrontación o, llegado al caso, un conflicto. Muy por el contrario, la combinación entre elementos fantásticos y policiales nunca parece forzada, sino que fluye de manera natural. En este punto también es importante destacar que La ciudad y la ciudad no solo destaca por su originalísima y excelentemente bien desarrollada premisa (más que nada, teniendo en cuenta la construcción del mundo), sino que también la cuestión policial le agrega varios puntos a la valoración final que uno le podría llegar a dar a la novela. Si bien es cierto que lo más innovador de La ciudad y la ciudad no se aprecia en lo estrictamente relacionado al policial, la parte que lo acompaña, que tiene que ver con la ambientación en la que se mueven los personajes está tan bien construida, tan bien desarrollada y planteada que logra acoplarse a las períodos de más “acción”, por así decirlo, de excelente manera. Por ejemplo: la novela empieza con el descubrimiento del cuerpo de la chica asesinada, y durante las primeras páginas uno podría pensar que la novela se moverá dentro de los límites más “convencionales” del género policíaco y será la ambientación creada por el autor lo que le agregará interés. Sin embargo, y el correr de la historia es lo que nos hará darnos cuenta, también lo policial tiene su cuota de originalidad y, como no podía ser de otra manera, de sorpresa e intriga. A medida que avanza la historia las formas en que se adopta la parte policial de la novela irán renovándose, generando que lo que quizás a priori parecía menos innovador termine convirtiéndose en algo que termina de definir la originalidad de la novela. 
A no ser que uno sea el “precursor”, dentro de géneros como la ciencia ficción o la fantasía es complicado no tener influencias o, también, inspiraciones que provengan de otros autores. Por ejemplo, en El azogue Miéville incluye, en el final de la novela, un fragmento de una obra de Borges. En La ciudad y la ciudad no lo hace tan claramente, pero sí es posible, haciendo un análisis un poco más profundo, encontrar algunos métodos, o quizás concepciones sobre el género, que tienen que ver con la obra de otros escritores. Probablemente por mi admiración hacia él, en La ciudad y la ciudad vi algunas referencias o puntos en común con la narrativa de Philip Dick. En su obra están sumamente presentes, además de todo lo referido a la ciencia ficción más visual o evidente, si se quiere, cuestiones que tienen que ver con la identidad y, en especial, con la paranoia, con la desconfianza hacia el otro. Es interesante poner esta cuestión en relación a lo que ocurre entre las ciudades en la propuesta que hace Miéville en esta novela. Tanto ulqomanos como beszelíes, quizás hasta inconscientemente, sienten una suerte de paranoia con respecto a aquellas personas que viven en un mismo espacio geográfico pero pertenecen a una cultura y a una ciudad distinta. También es posible extrapolar esto a lo vinculado con el control estatal o, en el caso de La ciudad y la ciudad, esta fuerza (la Brecha) que no tiene que ver con el gobierno pero sí ejerce un marcado control sobre las personas que residen en las ciudades. 
Lo interesante de eso es que, si bien desde mi lectura pude identificar algunas cuestiones en común con otros autores, en este caso con Dick, lo hice pensando todo el tiempo que se trataba de una obra de Miéville. Es decir, el autor consigue desarrollar a la perfección su propio estilo; en ningún momento uno siente que esté copiándose de otro escritor ni mucho menos. Uno puede reconocer influencias, inspiraciones, pero nunca copias o plagios. Eso es lo valorable en cuanto a este tema: que un autor pueda utilizar temas o formas de encarar una determinada cuestión que pudieron haber aparecido en otros autores, pero agregándole un estilo propio, personal, único. En La ciudad y la ciudad, Miéville consigue esto, con un mérito absoluto e innegable, en lo vinculado a la construcción del mundo que plantea, que no solo se queda en una genial premisa inicial, sino que es algo que se termina ratificando página a página. 
La ciudad y la ciudad es, lisa y llanamente, una novela excelente. Miéville elabora un mundo partiendo de una idea inicial completamente original, innovadora, perfectamente desarrollada. Más allá de eso, que desde mi punto de vista es lo mejor del libro, consigue también construir una interesante historia policial, llena de  giros argumentales que le agregan interés a la trama y generan que el lector no pueda parar de leer. Mediante un estilo personal y muy propio, además de una historia que es fruto de una imaginación pocas veces vista, Miéville despliega todas sus capacidades narrativas en una novela imperdible, que definitivamente no tiene desperdicio. 

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