Ficha técnica
- Título: La misma sangre y otros cuentos
- Autor/a: William Goyen
- N° de páginas: 160
- Editorial: La Compañía
- Año: 2011
Este libro reúne diez relatos del escritor estadounidense William Goyen
que se ubican dentro de lo que se conoce como “gótico sureño”, género cuyos
mayores exponentes son Tennessee Williams, William Faulkner y Flannery
O’Connor, entre otros. En estos cuentos el autor narra situaciones que
podríamos considerar cotidianas, pero les agrega algunos aspectos que van las
van enrareciendo y, además, en cierto sentido nos permiten ver cómo se lleva a
cabo el día día en el sur de los Estados Unidos.
Si bien no todos me gustaron por igual, los cuentos que componen La misma sangre en promedio mantienen un nivel bastante parejo. William Goyen construye historias realistas (si vale el término), pero que al mismo tiempo incluyen aspectos que irrumpen en lo cotidiano que van enrareciendo esos ambientes hasta tensionarlos, lo cual genera que se produzcan preguntas que en muchas ocasiones no encuentran respuestas. Relatos de fácil lectura y con historias originales, de un autor que en su país natal es bastante valorado y comparado con grandes autores como Faulkner u O’Connor, pero que en lengua castellana no había sido muy tenido en cuenta. Esta edición de La Compañía, traducida y comentada por Esther Cross, es sin dudas una buena opción para conocer a este autor.
- Título: La misma sangre y otros cuentos
- Autor/a: William Goyen
- N° de páginas: 160
- Editorial: La Compañía
- Año: 2011

Una de las cuestiones que más me interesa experimentar en la lectura de
cuentos es ver cómo el autor es capaz de construir los ambientes de esas
historias, y que estos a su vez consigan que el lector se vea inmerso en eso
que está leyendo. En el caso de esta recopilación de relatos Goyen construye
constantemente ambientes en tensión. Lo interesante de esto es que no lo logra
a partir de la incorporación de elementos que irrumpan radicalmente en
la cotidianeidad de sus personajes. No hay aspectos, por ejemplo, ligados al
terror estrictamente sobrenatural. Por el contrario, lo que termina de definir
la esencia de estos relatos es que lo que irrumpe su rutina, en cierto sentido, es igual de normal que lo que estaban
viviendo antes de esa irrupción. Es decir, las cosas que suceden no son
mágicas, sobrenaturales u obra de extraterrestres, pero eso no indica que no
puedan descolocarlos o sorprenderlos o, también, a los mismos
lectores. En ese sentido, Goyen construye relatos en los que los ambientes
están levemente extrañados por situaciones que, si bien no son
impensadas, no dejan de sacudir o distorsionar la cotidianeidad en la que se
ven inmersos estos personajes.
En estos relatos está muy presente el tema de los lazos familiares o,
también, las relaciones que se establecen entre los protagonistas de cada
historia. Tal es el caso de “Zamour, historia de una herencia”, “Savata, mi
hermana rubia”, “Preciada puerta”, “La misma sangre” “El coyote” y “Si tuviera
cien bocas”, entre otros. En estos cuentos se manifiestan constantemente las
formas en que los personajes se vinculan, ya sea por el propio hecho de ser
parte de la misma familia o porque alguna situación en particular los hizo
relacionarse. Más allá de que el vínculo sea distinto y que esté dado por
diferentes razones, las relaciones son en muchas ocasiones las que constituyen
el punto central de la trama de cada relato, aquello que hace que,
efectivamente, haya historia. Quizás en algunos textos estos vínculos
interpersonales no sean eso que dispara expresamente el argumento, pero
sí es, con el correr de la historia, lo que hace que el cuento tenga más
profundidad y pueda desarrollarse de mejor manera, para que en última instancia
el texto se nutra de un contenido más interesante como para analizar con más
detenimiento.
Curiosamente, el texto que menos me gustó fue el que le da nombre al
libro. En este no pude insertarme en la historia que contaba el autor, y el
hecho de que hablara de muchos personajes pertenecientes a una misma familia
hace que uno pueda llegar a confundirse respecto de la importancia (o no tanta)
de cada uno de ellos para el desarrollo de la historia que se está narrando. En
cambio, me gustaron mucho más los textos que no incorporaban tanta cantidad de personajes,
sino que más bien se encargaban de retratar las relaciones que entre ellos se
establecían, y cómo estos reaccionaban ante las situaciones un tanto complejas
o fuera de lo más común que les tocaba enfrentar. Es por eso que mis relatos
preferidos fueron “Zamour, historia de una herencia”, “Si tuviera cien bocas”,
“El coyote” y, aunque no siga exactamente la misma línea de las relaciones
entre los personajes, también me resultó muy interesante el último relato de
este libro: “Puente de música, río de arena”. Este quizás sea el texto más raro
de todos, por un lado por lo que expresamente ocurre y, por el otro, por cómo
se manifiesta la voz del narrador tratando de explicarse a sí mismo qué está
sucediendo. En este texto un hombre ve cómo el cuerpo de otro cae
en un río seco y empieza a ser engullido por la arena allí presente. A partir
de este hecho el narrador pregunta. Pregunta cómo es posible, cómo puede ser
que, tan pausada como obstinadamente, el cuerpo de aquel hombre comienza a desaparecer,
no solo sin aparente razón sino también sin que otro se dé cuenta.
Esta historia podría ser la más “extraña” de todas, aquella en la que
las preguntas parecen menos propensas a tener una respuesta. En otros cuentos
también hay cuestionamientos constantes; por ejemplo, en el primero, una
posible pregunta podría ser cómo fue que el hombre terminó siendo acuchillado
por su hermano, y qué llevó a éste último a actuar de tal manera. Si bien el
cuento da a entender algunas cosas, la respuesta nunca se termina de establecer
tan concretamente. Quizás sea trabajo del lector intentar recomponer el curso
de los hechos, a partir de lo (poco) que el texto en sí nos muestra. Otro
ejemplo es el cuento “El coyote” (otro que también me gustó muchísimo), que es probablemente
el que tiene la trama más sencilla, por así decirlo, de los relatos que
componen esta recopilación, pero no por eso menos interesante. Un coyote
“ladrón” molesta y asedia a las gallinas de un poblado, y un grupo de hombres
sale a buscarlo para matarlo. En este relato nunca terminamos de saber bien si
es realmente cierto que este animal estaba ahuyentando a las gallinas del
pueblo o si el señor Coopers (el que encabeza la caza) en realidad tenía ganas
de ir a cazar y es por eso que sucede el hecho central del argumento, que no
voy a develar para no arruinar la historia.
Goyen tiene una prosa que no peca de demasiado simple pero tampoco tiene
la pretensión de ser rebuscada ni excesivamente compleja de entender. Es por
eso que insertarse en sus cuentos no es una tarea difícil, porque ni bien
arranca con cada una de las historias ya predispone al lector para que éste se
interese en aquello que el autor está narrando. A partir de un buen inicio,
logra que el lector quiera seguir leyendo. Es entonces que empieza a
desarrollar y logra terminar de cerrar historias en pocas páginas, y eso
claramente tiene mucho valor. Goyen construye ambientes en tensión, no fuera
de lo normal pero sí un poco extraños, que contribuyen a que continuamente el
interés por la trama siga aumentando. Dejando de lado el cuento “La misma
sangre”, que fue el único con el que no pude compenetrarme, todos los demás
relatos tienen la virtud de atrapar al lector, ya sea con más o menos
intensidad. Y eso, en textos que no admiten explayarse demasiado en cuanto a
cantidad de páginas, es algo difícil de conseguir y, cuando efectivamente se
logra, se convierte en algo muy interesante a tener en cuenta a la hora de
valorar el trabajo del autor.
Si bien no todos me gustaron por igual, los cuentos que componen La misma sangre en promedio mantienen un nivel bastante parejo. William Goyen construye historias realistas (si vale el término), pero que al mismo tiempo incluyen aspectos que irrumpen en lo cotidiano que van enrareciendo esos ambientes hasta tensionarlos, lo cual genera que se produzcan preguntas que en muchas ocasiones no encuentran respuestas. Relatos de fácil lectura y con historias originales, de un autor que en su país natal es bastante valorado y comparado con grandes autores como Faulkner u O’Connor, pero que en lengua castellana no había sido muy tenido en cuenta. Esta edición de La Compañía, traducida y comentada por Esther Cross, es sin dudas una buena opción para conocer a este autor.
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